martes, 29 de julio de 2014

Esa niña que corría

Opino que correr es una forma de meditación activa. Hay días en que mis pensamientos fluyen como un líquido deslizándose suavemente desde mi mente para acabar difuminándose entre las ramas, las plantas y las piedras del camino. Otros días en cambio adoptan una forma sólida que acaba anclada en algún rincón de mi cabeza hasta que papel (o teclado) en mano me decido a abrir una puerta para que salgan de su escondite y se conviertan en palabras escritas. 

Hoy, mientras mis piernas me llevaban monte arriba, mi cabeza ha viajado al pasado mientras recordaba los años en que, siendo una niña-casi-adolescente, me entrenaba en la escuela de atletismo de mi pueblo. Me ha venido a la mente la figura de la que fue mi entrenadora, Ana, licenciada en educación física y corredora de gran nivel, y he recordado la manera en que corría por aquella época y cuánto parecen haber cambiado las cosas. Pero, ¿realmente han cambiado tanto? ¿Corremos ahora de un modo tan diferente a como se hacía antes? ¿Han cambiado tanto los métodos de entrenamiento, el calzado, la concepción de lo que se considera una buena técnica de carrera? No lo tengo tan claro. Por algún motivo extraño esos pensamientos han estimulado mis músculos y tendones y han aumentado la velocidad de mis piernas. Y todos ellos, piernas y pensamientos unidos, me han llevado casi en volandas durante todo el recorrido. 

Al detenerme las ideas seguían ahí, ahora ya sólidas y prestas para ser escritas. 




Comencé a correr en los años 80, cuando tenía unos 9 o 10 años. Mi hermano me llevó un día a participar en una carrera en la que me cansé mucho y quedé fatal. Mi mente infantil lo consideró una humillación. Entonces le pedí que me entrenara y un mes después estaba lista para mi segunda carrera, una de 4 km, distancia que me parecía inalcanzable y que, sin embargo, conseguí correr. Ésa segunda vez subí al pódium y me llevé un trofeo, el primero de muchos. Nunca fui una gran corredora, hubiera sido imposible con mis problemas de salud, pero durante años me tomé muy en serio eso de correr. Entrenaba de manera disciplinada y llevaba un diario de entrenamientos que mi entrenadora me iba revisando. Quizás ha sido el momento de mi vida en que he corrido de un modo más “profesional”. Corría 4 días a la semana en los que hacíamos series cortas y largas, fartlek, tiradas largas, sesiones de multisaltos para mejorar la técnica de carrera y al final incluso circuitos de fuerza. Todo ello adaptado a nuestro nivel y edad, claro, pero en todo caso era un entrenamiento muy bien planificado y organizado por alguien que sabía del tema. Durante años no he pensado mucho en esa época. 

Después de aquellos años de ganar carreras vinieron otros en los que decidí dejar el deporte porque me resultaba menos doloroso decir que ya no me interesaba correr que reconocer que ya no era capaz de hacerlo, que mi entusiasmo ya no era suficiente para contrarrestar el dolor de rodillas y el cansancio crónico. 

Ahora que soy adulta y no tan buena profesional, mis entrenamientos son completamente anárquicos, no corro en un club ni tengo entrenador, no anoto mis entrenamientos en un diario y ni siquiera corro con zapatillas, o al menos lo que se considera oficialmente “zapatillas de correr”. Y sin embargo hoy, después de entrenar, me he sentido en extraña comunión con aquella niña corredora que fui. Creo que algunas de las cosas que aprendí en aquella época siguen dentro de mí y me han ayudado a ser la corredora que soy ahora. 

Como resulta algo difícil de entender así, en abstracto, voy a comparar algunos aspectos sobre cómo corría antes y cómo corro yo ahora. Quizá alguien también se sienta identificado.  


Calzado 

Antes corría con zapatillas y ahora lo hago descalza y con calzado minimalista. ¿Hay tanta diferencia como parece? Quizás no. 

Aún recuerdo mis primeras zapatillas de correr. Me las compró mi hermano, unas Adidas de color azul marino con apenas drop y muy poca amortiguación. Antes de esas zapatillas no sé con qué corría pero seguro que serían unas zapatillas del mercadillo sin marca, todavía con menos drop y menos amortiguación. Los criterios de mi hermano para considerar que unas zapatillas eran buenas para correr consistían básicamente en cogerlas con las manos y doblarlas para ver si la suela era flexible. Eso es lo que hizo con aquellas Adidas antes de dar su visto bueno. Las zapatillas para correr de principios de los 80 eran flexibles, ligeras y cómodas, no había control de pronación y la amortiguación era algo meramente testimonial. Pienso en mis primeras Adidas y me parecen casi minimalistas. A esas primeras les siguieron unas New Balance grises que seguían siendo casi minimalistas aunque, como eran un poco más “buenas”, ya tenían algo más de amortiguación. En algún momento me calcé mis primeras Nike y me sentí como en una nube de amortiguación confortable que ya no abandoné. Años después, cuando volví a correr, ya lo hice con toda la tecnología posible en mis pies. Y ahora al mirar atrás pienso que podría establecer un puente que conectara aquellas zapatillas tan sencillas de niña corredora con las sandalias de esta corredora adulta. Bajo el puente quedaría un río de aguas turbulentas lleno de zapatillas superamortiguadas. 


Técnicas de entrenamiento 

Como ya he apuntado antes, el entrenamiento en la escuela de atletismo era muy variado (ejercicios de técnica de carrera, multisaltos, series…). Yo era una corredora de fondo y lo que más me gustaba era pasarme mucho tiempo corriendo a ritmo lento así que esos entrenamientos no me gustaban nada pero creo que eran beneficiosos. Recuerdo la técnica de carrera de mi entrenadora, pasos cortos y rápidos, todo lo contrario a mi estilo de grandes zancadas (tenía las piernas muy largas), manos colgando de las muñecas y postura desgarbada. Mi entrenadora me enseñó a mejorar la postura de los brazos y los multisaltos y series cortas me ayudaron a acortar algo esas zancadas improductivas. Se trataba de mejorar la técnica de carrera de un modo indirecto puesto que se daba por supuesto que cambiar la técnica de carrera de un modo consciente era imposible. 

Hoy, después de muchos años, pienso que en algunos aspectos mi entreno de ahora es una versión revisada de lo que aprendí en aquel tiempo. No hago series estructuradas y no mido los tiempos de recuperación pero cada vez estoy más convencida de que el entrenamiento ha de ser variado e incluir diferentes ritmos y ejercicios que impliquen a todo el cuerpo. En cuanto a la técnica de carrera, creo que por fin he entendido en qué consiste eso de cambiarla de una manera inconsciente. Después de leer mucho sobre minimalismo traté de correr con una técnica natural pero no fui capaz de hacerlo hasta que no me quité las zapatillas. Para mí, despojarme del calzado fue como una primera, reveladora e intensa sesión de multisaltos. Mi cuerpo se colocó del modo más adecuado, mi zancada se acortó y el talón dejó de ser el lugar de impacto inicial. Mejorar mi pisada fue algo inconsciente y casi automático. Sin embargo eso no ocurrió con la postura de la parte superior del cuerpo. En algún momento en el viaje de niña a adulta me olvidé de esa parte. Hasta hace muy poco mi cuerpo se doblaba por la cintura y mi braceo era desgarbado e ineficiente. La única manera de mejorar eso ha sido, además de hacer ejercicios para fortalecer la musculatura, grabarme en vídeo, observar y modificar. Si conseguimos que alguien que sepa analice nuestra postura y nos ayude con esa modificación consciente, el éxito está casi asegurado. ¿Eso significa que mi técnica ahora es perfecta? No, por supuesto que no pero, ¿quién quiere ser perfecto? En todo caso estoy convencida de que mi técnica ha mejorado porque los dolores crónicos heredados de lesiones antiguas cada vez me limitan menos. 



Alimentación 

Como niña corredora no comía de un modo especial. Recuerdo que la entrenadora a veces nos preguntaba por la comida pero todo eso estaba en manos de nuestras madres. Yo simplemente comía lo que había en casa y, como siempre estaba débil, de vez en cuando tomaba preparados de vitaminas como Prevalón (no sé si todavía existe). Y mi dieta incluía pan (con gluten, por supuesto) aunque al menos la bollería industrial era algo meramente testimonial. 

Entre semana corría por las tardes, unas horas después de comer. En cambio los domingos quedábamos con la entrenadora a las 8 de la mañana para ir con ella en coche a una pineda y corría en ayunas desde la noche anterior. Me sentaba bien correr en ayunas y siempre procuraba que pasaran varias horas desde la última comida hasta el entrenamiento. Las carreras también las hacía en ayunas y no me iba mal porque casi siempre acababa entre las tres primeras clasificadas de mi categoría. Nadie me había contado todavía que eso de correr en ayunas era muy malo. Cuando años más tarde alguien me lo explicó y luego comencé a leerlo en muchos sitios me lo creí y comencé a forzarme a comer cuando mi cuerpo no me lo pedía. Dejó de irme tan bien en las carreras. 

Ahora son muchas las modificaciones que he hecho en mi dieta. Ahora sé que el gluten es veneno para mí y que algunos alimentos no me sientan bien aunque no lleguen a la categoría de veneno. Creo que como mejor que nunca. Por supuesto he vuelto a correr en ayunas, como cuando era niña, y ahora ya nadie me convencerá de que no lo haga. 


Y hasta aquí mis pensamientos de hoy, el día en que me he vuelto a sentir corriendo como una niña ingenua que se creía capaz de todo porque aún no le habían explicado lo que no podía hacer.

8 comentarios:

  1. Mu chulo aunque yo eso de correr en ayunas del to aún no lo veo. Un saludico.

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    1. Muchas gracias, Paco. Lo de correr en ayunas no hace falta que lo veas. Simplemente, si un día te apetece, lo pruebas con una salida a ritmo suave y no muy larga. Si notas que te sientes bien y te apetece continuar explorando sigue añadiendo alguna salida en ayunas de vez en cuando. Si por el contrario no te apetece probar o pruebas y no te sientes bien con ello, no lo hagas. Eso sí, si un día te animas hazlo con cabeza, en una salida suave, y si la salida es un poco larga llévate algo por si acaso te da un bajón. En principio no debería darte ningún bajón pero no todos somos iguales ni reaccionamos del mismo modo ante las mismas circunstancias. Un saludo.

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  2. Me gusta leerte, me identifico y siento sensaciones muy bonitas y llenas de positivismo...Gracias.

    Rafa Conejo.

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    1. Hola, Rafa:
      Gracias a ti por tus palabras. Eres para mí una gran referencia en esto del correr y también por la energía y buenas sensaciones que siempre eres capaz de transmitirme a través de tus escritos en Facebook. Es todo un honor tenerte de visita por aquí. Saludos.

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  3. No conocia tu blog hasta que lei el libro de un amigo común (Emilio Saez Soro), y ahora veo que tenemos muchas cosas en común aparte de correr descalzos y muchas veces en ayunas. Lo de la dieta todavia es un punto pendiente, pero con el tiempo ya veremos.
    Te seguiré leyendo e igual coincidimos en alguna....

    Saludos.
    Adan - Barefooter

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    1. Hola Adan:

      Estoy encantada de “conocer” a un amigo de Emilio. Los corredores minimalistas-descalzos cada vez somos más y estamos en más sitios. Eso hace que al final nos vayamos encontrando aquí y allá, lo que nos permite conocer a personas interesantes con las que compartir nuestras experiencias. Muchas gracias por pasarte por aquí. Nos seguiremos encontrando.

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  4. Aunque yo nunca he estado metida en el mundo del correr, me ha encantado leer la entrada ♥
    La última frase es genial, porque de pequeños experimentamos y luego seguimos lo que nos dicen que tenemos que hacer.
    En mi caso aún tengo que retomar el movimiento que tenía de pequeña xD que básicamente es bailar, saltar y hacer el tonto jajaja Lo he estado haciendo ya algunas veces en casa, descalza además y genial. A ver si sigo dando caña a eso :)

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  5. Hola Lansy. Encantada de verte por aquí.

    Yo me siento bien corriendo quizás porque soy cobarde o por todo lo contrario, pero en realidad da igual correr que bailar, saltar, caminar o hacer el tonto. Nuestro cuerpo nos recompensa cuando nos movemos y si lo hacemos sin cosas añadidas entre los pies y el suelo mucho mejor porque las estructuras corporales encargadas de mantener el equilibrio y amortiguar el impacto no se volverán locas. Movernos descalzos es algo tan natural que nos hemos olvidado de hacerlo y ahora nos parece raro extraño y peligroso.

    Me alegra que te haya gustado el post :-).

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