miércoles, 27 de enero de 2021

Años que parecen siglos

Son años pero parecen siglos. Pasaron tantas cosas que mirando atrás apenas me siento capaz de reconocer algunas de aquellas con las que antes me identificaba. No lo decidí pero sucedió. De repente crecí mientras a mi alrededor el mundo se hacía cada día más pequeño.

A veces sucede que las familias se transforman, los hijos se pueden convertir en padres, los hermanos en extrañas figuras geométricas, los amigos en parientes cercanos, los mayores en pequeños y los pequeños en gigantes de hombros anchos y piernas enclenques. Aparecen maestros y aprendices y, de repente, lo obvio se abre camino: las personas débiles y frágiles necesitan amor y protección y lo demás puede esperar.

Quise recoger mi mente y esperar, al tiempo que expandía mi cuerpo intentando llegar allí donde parecía necesario hacerlo. Como panes y peces, multipliqué mis acciones para suplir las ausencias que más duelen y en el camino dejé atrás sueños, personas y palabras. Enmudecí, quizás porque escribir me parecía un acto frívolo de esos de los que se puede prescindir cuando la vida impone su imagen más dura y toca estar a la altura.




Luego vino la pandemia y la sociedad entera se puso a llorar a los viejos, los propios y los ajenos. Las familias de repente descubrieron qué tipo de lugar era ese al que habían enviado a sus mayores y todos juntos coreamos un mea culpa que siendo de todos resultó no ser de nadie.

Entre noticias, y pretendidamente sesudos comentarios a las mismas, los días de pandemia se han convertido en un espectáculo en el que el egoísmo gana por goleada. Si nos centramos en los aciertos y errores de las personas públicas es más fácil esconder las miserias privadas.

Ser empático con aquellos que están lejos es tan fácil como difícil es estar cerca de aquellos que de verdad nos necesitan. Muchos empezaron a mirar con ternura a los abuelitos, a los otros abuelitos, mientras abandonaban a los suyos. Padres, madres y abuelos; los he visto llorar de impotencia y dolor. Solos y no sólo por decreto. Débiles, cansados, tristes al sentir que los mismos que se entristecen y hasta enfurecen con las cifras de ancianos anónimos fallecidos simplemente ignoran a los suyos.

Y durante este tiempo guardé silencio. Siempre tuve la sensación de que no era el momento. Escribí alguna cosa, muy corta, muy triste, sólo para mí. Los sueños podían esperar y las palabras se podían encerrar en un cerco de complejos y miedo. Miedo al dolor propio y al ajeno, complejos con origen en el pasado mítico de la infancia en el que mis modelos de vida eran gigantes a los que admiraba.

Han pasado días, meses y años en los que he centrado mis energías en cuidar y proteger a aquellos de los míos que no pueden cuidarse por sí mismos. En el camino he aprendido mucho, quizás demasiado; no están algunas personas pero sí otras. Es agotador pero también satisfactorio compartir tiempo y conocer un poco mejor cada día a aquellos que en el pasado lo dieron todo por otros y que ahora tanto necesitan. No lo hago por obligación, tampoco por abnegación. No tengo alma de sufridora ni me siento una víctima, simplemente soy alguien que busca coherencia entre pensamiento y acción, palabras y hechos. Porque el amor está hecho de caricias, gestos, miradas, tiempo compartido y, también, de trabajo de ese que no trae aparejado sueldo ni gloria.

Y de repente sucede. Digo basta. Porque la última gota desbordó el vaso, porque ya no me siento capaz de tolerar ciertas palabras gruesas y porque las lágrimas que he visto derramar durante estos, ya más de dos años, han acabado por desbordar el frasco en el que guardaba mis palabras y ya no quiero que sigan ahí. Por eso este escrito tan extraño y diferente a lo que he venido publicando aquí en el pasado.

Son años pero parecen siglos. En el camino he seguido corriendo descalza, o casi, he seguido comiendo como yo lo hago, raro. Y he seguido aprendiendo y creciendo aunque no lo haya divulgado. Y ahora llegó el momento de escribir sobre ello y sobre algunas cosas más.


6 comentarios:

  1. Dejo por aquí un anécdota que me ha suscitado el artículo:
    En una de las mejores carreras que hice (la carrera del Corte Inglés) en el tramo final estuve corriendo con un chico y los dos íbamos hechos polvo. Él empezó a bajar el ritmo y le dije "no pares, porque si tú paras, yo también paro" y llegamos al final a buen ritmo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Pedro, Me ha gustado tu anécdota. Es demasiado habitual ver un exceso de competitividad en los corredores populares que a veces hace que por llegar un par de minutos a meta antes que el de al lado se olviden de cosas mucho más importantes. Un saludo.

      Eliminar
  2. Todo esto pasara y volveremos a ser igual o mejores que antes, al menos eso espero. Un saludico.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, seguro que todo esto pasará. Pero el mundo que quede habrá cambiado (ya lo ha hecho) y nosotros también. Esperemos que para mejor. Está en nuestras manos decidir hacia dónde queremos ir y cómo queremos que se realice ese cambio que ya no tiene sentido negar. Un saludico para ti también.

      Eliminar
  3. Me alegra que vuelvas a escribir, me gusta tu forma de transmitir y de correr. Un gran abrazo desde Inglaterra. :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Recibido ese abrazo desde Inglaterra. Me alegra que te guste mi manera de escribir y de correr. Mi idea es tratar de ser más constante en la publicación. No soy consciente de tener a ningún/a conocido/a en Inglaterra. ¿Nos conocemos o hemos coincidido en alguna ocasión? Un abrazo.

      Eliminar