El calendario dice que hoy es día
de balance, reflexión y despedida. Momento de nostalgia de lo vivido y de
oportunidad para un tiempo nuevo. Punto y seguido que, si queremos, podemos convertir
en un punto y aparte.
Todos los años comienzan de una
manera parecida. Sueños y proyectos que siempre parecen nuevos. Brindis,
sonrisas y, en España, uvas de la suerte. Buenos deseos con los que cubrir, por
unas horas, los miedos e incertidumbres que nos acompañarán a lo largo de este
nuevo año como sucedió en los años precedentes.
Despedí 2015 sonriendo, corriendo
sola y sin dorsal, confiada y desprevenida. Pero el nuevo año, que ya es viejo,
trajo a mi vida dolor y miedo. 2016 ha sido un año demasiado duro y, sin
embargo, no dejo de pensar en que soy una privilegiada.
Perdí la energía, la salud y los
sueños. Mi vida quedó a merced de bisturís y tubos flexibles. Mis proyectos,
aplazados. Durante muchos meses la sangre bombeó en sentido contrario y mi
cuerpo y mi mente se fueron marchitando; despacio al principio, aceleradamente
después. Y sin embargo me considero una afortunada porque finalmente la vida me
sonrió. El dolor cedió, la fuerza poco a poco va regresando y en el camino
aproveché para aprender un par o tres de lecciones que todavía tenía
pendientes.